20 DE NOVIEMBRE – DÍA DE LA SOBERANÍA NACIONAL

A 178 años de la Batalla de la Vuelta de Obligado

La Municipalidad de San Pedro y el Intendente Cecilio Salazar, invitan al acto protocolar por el Día de la Soberanía Nacional, el próximo lunes 20 de noviembre a las 10 horas, en el Monumento a la Batalla de la Vuelta de Obligado.

Por Redacción El Agrario | 18-11-2023 11:50hs

Con la organización de la Secretaría de Turismo y Cultura, el encuentro será una oportunidad muy importante para recordar la histórica gesta y honrar a los héroes y heroínas de esa región que formaron parte de la emblemática defensa de la Soberanía Nacional en 1845.

Desde El Agrario, como siempre, reivindicamos nuestras fechas patrias. El Día de la Soberanía Nacional tiene este año un condimento especial: tal vez el pueblo argentino deba dar una “segunda Vuelta de Obligado” el día anterior, es decir, este domingo 19 de noviembre, defendiendo los valores y los intereses nacionales frente a la prepotencia con la que se nos pretenden imponer ideas viejas, de origen arcaico y representantes de intereses extranjeros.

Por eso es bueno recordar que la gesta de la Vuelta de Obligado fue un combate entre las fuerzas nacionales contra una flota de barcos de Inglaterra y de Francia, grandes potencias aliadas en ese entonces, que pretendían desconocer nuestra soberanía en nuestros ríos interiores.

Con el desarrollo de la navegación a vapor ― efectuado principalmente en el Reino Unido, Francia y Estados Unidos― ocurrido en la tercera década del siglo 19, grandes navíos mercantes y militares podían remontar en tiempos relativamente breves los ríos en contra de la corriente, y con una buena relación de carga útil.

Este avance tecnológico acicateó a los gobiernos británico y francés que, desde entonces, siendo las superpotencias de esa época, pretendían lograr garantías que permitieran el comercio y el libre tránsito de sus naves por el estuario del Río de la Plata y todos los ríos interiores pertenecientes a la cuenca de este.

En el año 1811, poco después de la Revolución de mayo de 1810, Hipólito Vieytes recorrió la costa del río Paraná buscando un sitio ideal en donde poder montar una defensa contra un hipotético ataque de naves españolas.

Para este propósito consideró al recodo de la Vuelta de Obligado como el sitio ideal, por sus altas barrancas y la curva pronunciada que obligaba a las naves a recostarse para pasar por allí.

 

 

El Gobernador de Buenos Aires en 1845 era Brigadier Juan Manuel de Rosas. Él estaba al tanto de las anotaciones de Vieytes y por eso decidió preparar las defensas en dicho sitio.

El 13 de agosto de 1845 se le dieron instrucciones al General Lucio Norberto Mansilla para construir baterías costeras artilladas.

Mansilla solicitó al juez de paz sampedrino Benito Urraco que le informase sobre el armamento existente y la población de entre 15 y 70 años, y que pusiera en estado de asamblea a la milicia activa.

El 22 de agosto pedía el envío de 30 tirantes de madera para la construcción de las baterías, y el 12 de noviembre envió a San Pedro al sargento mayor Julián Bendim, al mando de «ciento setenta y tantos» soldados de caballería e infantería, para proteger a la ciudad de un posible desembarco anglo-francés.

La flota anglo-francesa estaba integrada por 22 barcos de guerra y 92 buques mercantes. Fue interceptada por tropas argentinas, al mando del general Lucio Norberto Mansilla, en la principal fortificación argentina que se encontraba en la Vuelta de Obligado, donde el río tiene 700 metros de ancho y un recodo pronunciado que dificultaba la navegación a vela.

Los invasores europeos disponían de 418 cañones y 880 soldados, contra seis barcos mercantes y 60 cañones de escaso calibre que tenía la defensa argentina.

Once buques de combate de la escuadra anglo-francesa navegaban por el río Paraná desde los primeros días de noviembre; estos navíos poseían la tecnología más avanzada en maquinaria militar de la época, impulsados tanto a vela como con motores a vapor. Una parte de ellos estaban parcialmente blindados, y todos dotados de grandes piezas de artillería forjadas en hierro, y de rápida recarga como los cañones de 24 libras y de cañones de 36 libras, granadas de acción retardada, shrapnels (los primeros obuses de fragmentación antipersona) y cohetes Congreve.

El general Mansilla hizo tender tres gruesas cadenas de costa a costa, sobre 24 lanchones. La operación estuvo a cargo, principalmente, de un italiano inmigrado a la Argentina, de apellido Aliverti.

En la ribera derecha del río montó cuatro baterías artilladas con 30 cañones, muchos de ellos de bronce, con calibres de 8, 10 y 12, siendo el mayor de 20, los que eran servidos por una dotación de 160 artilleros.

Además, en las trincheras había 2.000 hombres, la mayor parte gauchos asignados a la caballería, al mando del coronel Ramón Rodríguez, jefe del Regimiento de Patricios.

En el río estaba estacionado un bergantín, el “Republicano”, que ―al mando de Tomás Craig (irlandés nacionalizado argentino) ― tenía como misión cuidar las cadenas que cruzaban el río. Este buque fue volado por su tripulación durante el combate, cuando su captura por el enemigo era inminente. El Republicano estaba acompañado por los cañoneros Restaurador y Lagos,​ que consiguieron escapar indemnes hacia el Paso de El Tonelero tras la batalla.

Aprovechando el relieve de la costa del río Paraná en ese lugar, Mansilla dispuso a gran parte de su tropa en la especie de playa baja ubicada antes de las barrancas que en ese punto tienen casi 20 metros de altura; considerando acertadamente que los invasores anglo-franceses atacarían con su artillería primeramente a las baterías argentinas ubicadas en lo alto de tales barrancas, de este modo las tropas argentinas ubicadas en la parte baja podían hostigar la aproximación a las costas de los navíos y hacer frente con mayor eficacia a los desembarcos invasores.

El combate se inició al amanecer del día 20 de noviembre, primeramente, con una escaramuza unos pocos kilómetros aguas abajo del río Paraná cuando tres lanchones argentinos que patrullaban al río fueron atacados por la artillería de la flota anglo-francesa.

A las 08:00 de la mañana el vapor inglés al mando de Charles Hotham comenzó a cañonear las posiciones argentinas sin mucho efecto pero a las 10:30, la flota invasora reunida, con su diluvio de proyectiles, comenzó a tener eficacia: con un intenso cañoneo y fuertes descargas de cohetes Congreve sobre las baterías argentinas.

Estas respondieron de inmediato, pero estaban en inferioridad de condiciones, ya que contaban con cañones de mucho menor alcance, mucho menor precisión y notable lentitud de recarga, en comparación con las piezas que poseían los invasores.

Las tropas defensoras los recibieron con un «¡Viva la Patria!» y los sones del Himno Nacional Argentino. Al encontrarse la nave capitana francesa de frente a las baterías defensoras, estas abren fuego matando en el acto a 26 hombres de dicho buque y dañando seriamente su arboladura.

Independientemente del gran ímpetu de las fuerzas defensoras, el intercambio de disparos causó desde un primer momento múltiples bajas en el bando argentino.

Sin perjuicio de la desigualdad de fuerzas, las baterías argentinas logran dejar fuera de combate a los bergantines Dolphin y Pandour, obligando a retroceder al Comus, silenciando el poderoso «cañón de a 80» del Fulton y cortando el ancla de la nave capitana (la cual dejó de batallar y se alejó a la deriva, aguas abajo).

Era tal el furor con que ambas fuerzas se batían, que en un momento dado Mansilla (sin perder su acostumbrada serenidad) le preguntó a su amigo italiano: «Che, Aliverti, ¿qué es eso que echan al agua, de aquel barco?», a lo cual el italiano (luego de mirar a través de su catalejo) contestó: «¡Son corpos [‘cuerpos’], usía!».

Luego de más de dos horas de combate, las fuerzas defensoras habían agotado gran parte de sus municiones, por lo que su capacidad de respuesta disminuyó considerablemente.

Ante el vuelco de las circunstancias, el comandante Sullivan ordenó el desembarco de dos batallones que avanzaron contra la batería sur. El general Mansilla ordenó la carga a bayoneta y se puso al frente de nuestras tropas, pero fue herido de gravedad en el pecho por una salva de metralla.

El coronel Juan Bautista Thorne lo reemplaza en el comando de la artillería, mientras que Rodríguez asumió el mando autónomo de sus fuerzas de caballería. Thorne perdió casi por completo la audición por una explosión de granada muy cercana.

Con la considerable disminución en los disparos de la escuadra defensora, los atacantes vuelven sobre las cadenas, encabezados por el buque Firebrand y, a martillazos sobre un yunque, logran cortarlas.

Tras varias horas de combate, fuerzas de infantería ―principalmente francesas― desembarcaron en la costa, atacando la batería argentina, que perdió 21 cañones en poder del enemigo.

Al no poder transportarlos, los invasores los inutilizaron. Pero cuando pretendieron sostener su posición, las fuerzas desembarcadas fueron atacadas por la caballería del coronel Ramón Rodríguez, que las obligó a reembarcarse en forma temporal, cediendo ante un segundo ataque ―esta vez de marinos franceses e infantes de marina británicos― que fue más eficaz.

Aprovechando la defensa que los argentinos debían hacer de sus piezas de artillería durante el desembarco, las fuerzas atacantes incendiaron los lanchones que sostenían las cadenas.

Las fuerzas defensoras tuvieron 250 muertos y 400 heridos. Los agresores, por su parte, tuvieron 26 muertos y 86 heridos y sufrieron grandes averías en sus naves que obligaron a la escuadra a permanecer casi inmóvil en distintos puntos del Delta del Paraná, para reparaciones de urgencia.

Finalmente, los anglo-franceses consiguieron forzar el paso y continuar hacia el norte, atribuyéndose la victoria. Dijo el almirante británico Samuel Inglefield: “Siento vivamente que este bizarro hecho de armas se haya logrado a costa de tal pérdida de vidas, pero considerada la fuerte oposición del enemigo y la obstinación con que fue defendida, debemos agradecer a la Divina Providencia que aquella no haya sido mayor”.

La batalla en sí la ganaron los invasores, pero a un costo mucho más alto del que tenían previsto. Fue una victoria pírrica, es decir, que se consiguió con muchas pérdidas en el bando aparentemente o tácticamente vencedor, de modo que incluso tal victoria puede terminar siendo desfavorable para dicho bando.

Los pocos barcos que lograron sortear la defensa argentina se vieron hostigados permanentemente río arriba por fuerzas militares y pobladores argentinos.

Para la Confederación Argentina, en cambio, fue una victoria estratégica, ya que ingleses y franceses se vieron obligados a aceptar la soberanía argentina sobre los ríos interiores.

Tras varios meses de haber partido, las fuerzas y naves agresoras debieron regresar a Montevideo «diezmados por el hambre, el fuego, el escorbuto y el desaliento», al decir del historiador argentino José Luis Muñoz Azpirí.

El genial Alberto Merlo describió en un Triunfo de su autoría ese hecho histórico que todos los años recordamos como Día de la Soberanía Nacional.


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