ANÁLISIS INTERNACIONAL

El desmadre del trumpismo

¿Qué consecuencias tendrá desenlace del gobierno de Donald Trump con la ocupación del Capitolio? Más desgaste de la imagen internacional estadounidense y la posibilidad de un trumpismo desmoralizado.

Por Ignacio Lautaro Pirotta | 09-01-2021 06:01hs

La invasión al Capitolio estadounidense, el edificio donde funciona el Congreso Nacional de ese país, quedará grabada en la historia como el momento en que la democracia más longeva del mundo estuvo en peligro. Incentivados por el presidente Donald Trump, los manifestantes ingresaron al Capitolio con el objetivo de impedir la certificación de la victoria del demócrata Joe Biden, lo que habría alterado el orden institucional. Se trató, sin embargo, de un grupo relativamente reducido para el tamaño de la empresa, sin grandes manifestaciones en las inmediaciones al Capitolio ni en otras ciudades del país. Si bien hubo una notoria inacción de las fuerzas de seguridad, sin la cual no hubiera sido posible el ingreso al edificio, estas no le dieron respaldo a los manifestantes.

El saldo del desmadre trumpista tiene varias aristas. Como si 4 años de Donald Trump no hubieran sido suficientes, a medida que las imágenes de los manifestantes ingresando al Capitolio recorrían el mundo, la imagen internacional de Estados Unidos y su reputación de país con instituciones sólidas y de defensor de la democracia, iban quedando más dañadas. La reputación y el prestigio de los países, de su cultura e instituciones, es una dimensión muy importante del poder internacional. El profesor de Relaciones Internacionales, Joseph Nye, lo definió como poder blando, para diferenciarlo del poder duro que suponen la economía y las capacidades militares. Ese poder blando es el que Estados Unidos ha visto esmerilar aceleradamente en los últimos años, por el socavamiento de algunas instituciones y sobre todo por la pérdida de la convivencia democrática en medio de una profunda polarización que ha afectado a algunos valores democráticos como la tolerancia y el respeto.

Esa situación problemática de la democracia norteamericana es un desafío puertas adentro. El bipartidismo de tendencias moderadas característico de ese país dio lugar a una configuración más bien de cuatro tendencias desde el ascenso del Tea Party, allá por 2009 y luego de la crisis financiera del año anterior y los rescates económicos impulsados por Barack Obama. El Tea Party, a su vez, tiene un antecedente en la figura de Sarah Palin, quien fue candidata a vicepresidenta en la fórmula republicana encabezada por John McCain, quien perdiera en 2008 contra Obama, el primer presidente negro de la historia de un país con un fuerte racismo. Palin era gobernadora de Alaska y tenía un encendido discurso en muchos aspectos similar a lo que luego fue Donald Trump. Tanto el liderazgo de Palin como el movimiento Tea Party alimentaron a lo que luego sería el trumpismo.

Por izquierda, un poco después surgió el movimiento occupy Wall Street, que fortaleció el clima contestatario en favor de la izquierda demócrata e impulsó el surgimiento del liderazgo de la actual senadora y excandidata a presidente, Elizabeth Warren. Bernie Sanders, representante también de ese ala, fue el principal contendiente de la interna demócrata en 2016 y en 2020, perdiendo contra Hillary Clinton y Joe Biden, respectivamente. La fuerte división de Estados Unidos comienza con la llegada de Obama al poder y la crisis financiera y estuvo encabezada por la radicalización de parte de los republicanos. Doce años después, quien fuera su vicepresidente llega al poder con la intención de ser el presidente “de todos”, y no solo de los demócratas. No obstante, a pesar de la profunda división de la sociedad, la difícil tarea de Biden puede haber sido facilitada por el desenlace del gobierno de Trump.

La secuencia del desenlace comienza con las declaraciones de Trump durante casi todo el año, agitando el fantasma del fraude electoral. Una vez consumada la elección, Trump prosiguió con sus denuncias verbales, aunque sin pruebas de fraude. Así, el proceso electoral fue deslegitimado en gran medida y en diciembre el 50% de los votantes republicanos consideraba que no había sido limpio. Cuando ya era sabido que el presidente ejercía presión sobre varios estados para revertir la elección (que es completamente descentralizada en cada estado), el New York Times publicó el audio de la llamada de Trump al Secretario de Estado de Georgia, donde pedía que “encuentre 11 mil votos” en su favor. El Colegio Electoral ya había consagrado a Biden presidente electo el 15 de diciembre, faltaba la certificación por parte del Congreso y entonces el presidente no solo continuó denunciando fraude sino que le pidió públicamente al vicepresidente, Mike Pence, que rechace la certificación de la victoria de Biden, algo para lo cual está habilitado por el cargo. Nada de eso funcionó y la certificación se realizó al retomar la sesión luego de expulsar a los trumpistas del Capitolio. En el medio del caos, el presidente que agitó los ánimos y deslegitimó las elecciones sin cesar, que fue complaciente con innúmeras manifestaciones de supremacistas armados a lo largo de todo su gobierno, había pedido que los ocupantes del Capitolio regresen a sus casas en paz, porque son el partido de “la ley y el orden”. Al día siguiente, el jueves, Trump informó que tendría lugar una “transición pacífica” y el viernes grabó un video en el que condenó la violencia y expresó que su campaña “siempre siguió los caminos legales para impugnar el resultado de las elecciones”. Ante el desastre de la ocupación del Capitolio, ampliamente rechazada en Estados Unidos, e incluso la posibilidad (aunque remota) de que deba abandonar la Casa Blanca anticipadamente por un accionamiento de la enmienda 25, Trump volvió sobre sus pasos y moderó el discurso. La desmoralización del movimiento trumpista no es un buen augurio para el magnate, que posiblemente deberá afrontar algunas investigaciones en su contra.

Pero Trump fue hasta las últimas consecuencias, abriendo aún más la división dentro del partido. La propia estrategia de Trump de desconocer el resultado puede haber sido uno de los motivos de la derrota de esta semana en la elección para el Senado en Georgia, donde los demócratas se quedaron sorpresivamente con las dos bancas.

Con posterioridad a la derrota de Trump, el Partido Republicano se encuentra dividido, como adelantamos en esta columna, a pesar de que en un primer momento las diferencias no fueran expuestas abiertamente. Al respecto trascendió en varios medios locales la declaración en off de un miembro del partido, según la cual la decisión de no enfrentar a Trump y sus denuncias infundadas de fraude se debía a que no habría costos al “dejar contento” al presidente durante las pocas semanas que le quedaban en el cargo. Pero Trump fue hasta las últimas consecuencias, abriendo aún más la división dentro del partido. La propia estrategia de Trump de desconocer el resultado puede haber sido uno de los motivos de la derrota de esta semana en la elección para el Senado en Georgia, donde los demócratas se quedaron sorpresivamente con las dos bancas (se trata de un estado históricamente republicano), y modificaron sustancialmente la correlación de fuerzas en el Congreso: cuando se esperaba que el Senado estuviese dominado por los republicanos, el resultado de Georgia empató las bancas en 50 para cada partido, siendo la vicepresidenta, Kamala Harris, la responsable de desempatar las votaciones. Ínfima mayoría demócrata, que deberá además agradar al senador Bernie Sanders, por izquierda, y a Joe Manchin, del lado conservador. En su favor, la postura moderada de las senadoras republicanas Susan Collins y Lisa Murkowski, quienes podrían acompañar al gobierno en algunas votaciones.

En la Cámara de los Representantes la diferencia en favor de los demócratas es de diez asientos. Al llegar al poder en 2016, Trump contaba con mayoría en la cámara baja y en el Senado. Cuatro años después, el saldo fue no lograr la reelección y perder ambas cámaras. Una de sus fortalezas siempre fue el fuerte movimiento social llamado trumpismo, al punto de que había un consenso entre los analistas de que Trump podría perder el poder pero no así las calles. Habrá que ver entonces qué efectos tiene para el trumpismo el desastre de la ocupación del Capitolio. Una primera interpretación es que ha quedado desmoralizado y con un líder a medio camino entre la radicalización y la condena a la violencia. Mientras tanto, el mundo observa lo que allí sucede, primero que nada por el lugar central de Estados Unidos en el concierto mundial. Segundo, porque lo que sucede en ese país suele tener consecuencias para la política doméstica en otras latitudes y suele ser frecuentemente imitado

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