Recientemente la Asociación Civil Fertilizar informó la venta récord en esta campaña que superó los cinco millones de toneladas de fertilizantes.

A pesar de esa cifra todavía estamos lejos de reponerle a nuestros suelos los minerales que le extraemos con las cosechas. En efecto, sumando la cosecha 2020/21 de los seis principales granos: soja, maíz, girasol, sorgo, trigo y cebada; se repuso aproximadamente el 70% del Fósforo y Nitrógeno que se llevaron estas cosechas, poco más del 30% de azufre y muy poco del Potasio, elemento de importante presencia en nuestros suelos originarios, pero que en los últimos años se empiezan a encontrar respuestas a este vital elemento centradas principalmente en el Litoral. Si no tomamos en cuenta este último mineral estaríamos reponiendo aproximadamente un 56% de lo cosechado.

Este análisis de balance de nutrientes ha sido negativo desde siempre en la historia de la agricultura argentina, percibimos que año tras año vamos empobreciendo el suelo que es la base de la principal actividad económica nacional. Este empobrecimiento era más paulatino en los años 90 porque la superficie agrícola era la mitad de hoy, en gran parte se hacían rotaciones con pasturas y la cosecha granaria del país hace 25 años era la tercera parte de la actual.

Pocas veces alertamos que este balance negativo en nutrientes y en materia orgánica puede anunciar un futuro poco alentador si no se toman recaudos; sobre todo advirtiendo que las nuevas semillas y tecnologías promueven mayores rendimientos. Esta situación genera pérdida de materia orgánica, problemas físicos como la alteración de la estructura del suelo, y hasta llegar en casos extremos a situaciones de erosión, situación que gracias a la técnica de la siembra directa, adoptada mayormente por los agricultores argentinos, se amortigua estas contingencias.

Otra advertencia que se refleja en cada campaña es la acidificación reflejada en la disminución de los valores de pH del suelo. Estos niveles preocupantes (sobre todo en la zona Norte de Bs. As. y Sur de Santa Fe donde la agriculturización comenzó antes), provoca procesos químicos y biológicos de consecuencias peligrosas. Una de ellas es la liberación de aluminio que en niveles inferiores a cinco resulta tóxico para las plantas, situación que requiere la aplicación de yeso, carbonatos etc. de volúmenes, costos y logísticas complicadas. Estaríamos repitiendo un escenario en el cual transitaron los suelos europeos con siglos de agricultura previa, restando la competitividad que hoy tiene nuestro país.

Cuando se menciona este 56% de reposición de nutrientes deberíamos advertir que son valores promedios. Es decir que en la vasta realidad nacional seguramente hay muchas situaciones donde la sostenibilidad del sistema productivo por degradación del suelo estaría en riesgo. Pero también hay situaciones que están por encima de ese promedio con dosis adecuadas de fertilizantes, cultivos de cobertura, testeos periódicos de los lotes, manejo diferencial por ambientes; es decir escenarios donde se practican la BPA (buenas prácticas agrícolas), dignas de imitar.

En el año 2015 se discutió en ámbitos legislativos un proyecto de ley denominado “Conservación y mejoramiento de la fertilidad de los suelos de uso agropecuario a través de la promoción del uso de fertilizantes”, alentado por el entonces diputado Luis Basterra, hoy Ministro de Agricultura. Esta iniciativa aspiraba a atender estos temas a través de desgravaciones impositivas por el uso de fertilizantes, alentando el asesoramiento técnico, las BPA, y contar con una red de información para el Estado de la evolución de la materia orgánica de los suelos entre otros objetivos. ¿No será momento de rescatar ese proyecto?

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