ANÁLISIS INTERNACIONAL

Biden, entre reducir la desventaja geopolítica con China y socavar al trumpismo

Los paquetes económicos de Biden tienen el objetivo de superar la crisis por la pandemia. Pero también apuntan a reducir desventajas frente a su adversario, China. El éxito de los nuevos lineamentos económicos podría socavar las bases del trumpismo.

Por Ignacio Lautaro Pirotta | 30-05-2021 12:40hs

En la principal potencia mundial, la política exterior gravita tan fuertemente en el plano doméstico que en ocasiones las iniciativas en materia internacional pueden leerse como volcadas a satisfacer al público local, y viceversa. Así, el pedido de Biden a los agentes de inteligencia para que elaboren un nuevo informe sobre el origen del Covid-19, poniendo el foco en las posibles responsabilidades de China, puede ser leído en clave de complacer a su audiencia doméstica. Del otro lado, el impulso a los paquetes de reactivación económica, sobre todo lo concerniente a industria, puede ser visto como un paso necesario para fortalecer su poder relativo frente al gigante asiático, con el cual está inmerso en una disputa por la hegemonía mundial. De hecho, el argumento de mejorar la situación ante China ha sido esgrimido por referentes del Partido Demócrata para defender las propuestas del nuevo gobierno.

Biden solicitó esta semana a los agentes de inteligencia de su país redoblar los esfuerzos para investigar el origen del Covid-19, incluyendo, la teoría de que este podría haber sido producido en un laboratorio en Wuhan, China. Este acto recuerda a los momentos de máxima tensión provocados por el expresidente Donald Trump, sobre todo a medida que se acercaba la campaña electoral del año pasado, cuando agitaba los sentimientos anti-China (recordemos el famoso "chinavirus") y la responsabilización de aquel país por la pandemia. Es que a pesar del cambio de gobierno, existen continuidades enormes en lo que se refiere a la relación de ambas potencias. Fundamentalmente, la competencia por la hegemonía que, como comentamos en esta columna previo a las elecciones de 2020, continuaría aún si hubiese cambio de gobierno, aunque priorizando instancias multilaterales. Pero también son continuidad los fuertes sentimientos de desconfianza hacia China de parte del grueso de la población estadounidense. Con un Trump que retiene el respaldo de cerca de la mitad de los votantes republicanos (algo que de momento le otorga fuerte gravitación dentro del partido) y que ha sabido instalar la idea de que el Partido Demócrata (de Biden y Barack Obama) es cómplice con el ascenso de China, el traslado de la industria hacia aquel país y una débil defensa de los intereses nacionales en política exterior, el actual mandatario tiene poco margen internamente para posturas más flexibles hacia China. Por consiguiente, lo extraño sería que el Gobierno estadounidense tuviese un trato más cordial con aquel país. Pedir un nuevo informe sobre el origen del Covid es inocuo en cuanto a que no tiene un efecto material, a diferencia de lo que fue el caso de la suba de aranceles de Trump que desembocó en la Guerra Comercial. Pero consiste en un gesto de fuerte desconfianza con el Gobierno chino e incide en la relación entre ambos.

En cuanto a los proyectos impulsados en el Congreso, la ex Secretaria de Estado y candidata demócrata en 2016, Hillary Clinton, expuso la conexión del cambio de viraje de la política estadounidense con la competencia contra China de manera contundente durante una entrevista con el instituto Chatham House, hace unas semanas. “Es hora de que reconozcamos que debemos reconstruir nuestras cadenas de abastecimiento, incluso si ello supone cierto nivel de actividad industrial subsidiada. No podemos depender del mercado chino. No es solo malo para nuestra economía, es malo para nuestros intereses geopolíticos”,declaró. Como mínimo, esto significa que la dependencia económica genera una debilidad estratégica. Llevado al extremo, el diagnóstico también ofrece la conclusión de que Estados Unidos no está preparado para llevar adelante una guerra contra China, en tanto sus cadenas de abastecimiento dependen de aquel país. El imperativo, entonces, es reducir el nivel de dependencia. Esto no necesariamente quiere decir que el conflicto bélico esté en los planes o sea inevitable en algún momento. Después de todo, entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y la desaparición de la Unión Soviética en 1991 el conflicto directo siempre pareció próximo, aunque nunca sucedió. Hoy, en tanto potencia que ve amenazada su hegemonía, Estados Unidos hará todo lo posible para evitar que China lo supere, incluso prepararse para la guerra. La disputa entre China y Estados Unidos será la marca de las próximas décadas en lo que respecta al sistema internacional. Si hace algo más de una década se hablaba de que el mundo se encaminaba a un sistema multipolar (con varios polos de poder), con países emergentes (los BRICS, de los cuales China claramente se despegó), las últimas cumbres del G20 han mostrado que incluso en ese foro internacional la relación entre las dos potencias ha pasado a tener centralidad. El mundo bipolar es una realidad cada vez más insoslayable.

De las iniciativas de Biden, un primer paquete ya fue aprobado en marzo (en realidad había sido propuesto por los demócratas a fines de 2020) y quedan por aprobarse en el Congreso tanto el Plan Estadounidense para las Familias (de ayuda social) y el Plan de Empleo Estadounidense. La situación del oficialismo es bastante apretada, ya que mientras que cuenta con mayoría en la Cámara de Representantes (la cámara baja), en el Senado están empatados con los republicanos. De obtener todos los votos de los propios demócratas, el desempate en el Senado lo debe realizar la vicepresidenta Kamala Harris, lo cual les da la mínima diferencia. Según constata el portal Político, Biden y su equipo esperan que el amplio apoyo de la sociedad estadounidense, así como de gobernadores y alcaldes republicanos, les asegure un amplio respaldo a los proyectos, garantizando su aprobación. La estrategia de apelar a la presión de la opinión pública para lograr la aprobación de leyes en el Congreso es conocida por going public, y es justo lo que está haciendo Biden. Esta semana el presidente se refirió en tono de burla a algunos congresistas republicanos que votaron en contra del primer paquete (aprobado en marzo), pero que se jactaron de los beneficios del mismo ante los votantes de sus distritos. “Si van atribuirse el mérito de lo que se ha hecho, no se interpongan en lo que todavía hay que hacer”, dijo Biden, en medio de las negociaciones bipartidarias en el Congreso por el segundo paquete de medidas.

Por último, de prosperar, la nueva política económica de Estados Unidos puede tener un impacto económico y social significativo, y en consecuencia político. La amplia ayuda social, el fomento al empleo y la reducción de la desigualdad (o al menos el aumento de impuestos a los más ricos para financiar el gasto social) pueden socavar la base del trumpismo, que tiene su origen en la insatisfacción con el rumbo de la economía y la dirigencia política con posterioridad a la crisis financiera de 2008. Fenómenos similares se han visto en Gran Bretaña con el Brexit y luego Boris Johnson, Vox en España, Narendra Modi en la India y Jair Bolsonaro en Brasil, entre otros. Estados Unidos ya ha llevado la propuesta de suba de impuestos a las grandes compañías a la OCDE y ha tenido el respaldo del FMI. Para evitar la competencia entre los países y la migración de inversiones es necesario que la iniciativa sea replicada por los demás, lo que también podría ofrecer margen para más políticas sociales orientadas a superar la crisis por la pandemia en esos países. Aunque aún queda un largo camino por recorrer, vale preguntarse ¿Cuál será el futuro de estos movimientos radicales al rededor del mundo, comenzando por Trump, en caso de éxito de los nuevos lineamientos económicos? Lo que es seguro es que el telón de fondo será la disputa hegemónica entre China y Estados Unidos

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