Posible derrota de Trump: ¿el fin de una era?
La elección de Trump en 2016 significó una ruptura en materia de política internacional y la agudización de tendencias preexistentes, como el descontento de algunos sectores con la globalización. ¿Qué podría cambiar con una hipotética derrota el 3 de noviembre?
Por Ignacio Lautaro Pirotta | 24-10-2020 01:30hs
El sorprendente triunfo de Donald Trump en las elecciones de 2016 cristalizó y fortaleció en el máximo nivel de la política mundial tendencias preexistentes como el movimiento antiglobalización de derecha, nuevas estrategias de comunicación política e incluso el cuestionamiento a lo “políticamente correcto”. En el plano de la política internacional, inició un período de mayor proteccionismo y debilitamiento de los organismos multilaterales, como la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Para muchos, incluso, fue la principal muestra de la existencia de una crisis de la democracia. Sin embargo, cuatro años después las chances de su reelección son muy pequeñas, y los pronósticos como los de FiveThirtyEigth o The Economist la sitúan en el 12 y el 8%, respectivamente.
Tal vez el aspecto más relevante del fenómeno Trump es que representa un triunfo de la derecha antiglobalización. Como comentó el politólogo polaco Adam Przeworski, esto es una novedad, ya que históricamente la oposición a la globalización era realizada desde los partidos de izquierda. En Europa, el llamado populismo de derecha es preexistente a Trump y se articula como un nacionalismo en oposición a la Unión Europea, la élite política pro europeísta y los valores defendidos por esta, como los derechos humanos y la igualdad. Luego del triunfo de Trump, en 2017 el Brexit le dio otro llamado de atención sobre los perdedores de la globalización y afirmó esa tendencia “antiglobalista”. En ambos casos fue notoria la diferencia entre el voto entre las grandes urbes con economías vinculadas al resto del mundo, y las ciudades del interior, con actividades económicas locales y mayormente agrarias.
Trump combinó el conservadurismo con el discurso contra la inmigación y el traslado de la producción industrial fuera de Estados Unidos en una clara defensa del hombre blanco estadounidense. Como señala el español Manuel Castels, la raíz de la elección de Trump, así como de los populismos europeos, es el enojo con la globalización y las elites políticas que han liderado dicho proceso, distanciandose de sectores que, o bien han quedado marginados, o bien perciben amenazada su cultura y estilo de vida, así como su identidad comunitaria o de nación.
Partiendo de este carácter antiglobalización, la principal influencia de Trump ha sido la construcción de un mundo más cerrado y proteccionista y el debilitamiento de las instancias multilaterales de cooperación, desde las Naciones Unidas, hasta el G20, pasando por la salida del acuerdo de París contra el cambio climático. También entra en esa lista se incluye el anunciado cese del financiamiento a la Organización Mundial de la Salud (OMS) e incluso el reciente nombramiento del estadounidense Claver Carone al frente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), siendo que por costumbre la presidencia le corresponde a un latinoamericano. Trump le ha puesto punto final a la expansión de la hegemonía de la democracia liberal posterior a la caída del Muro de Berlín, en 1989: el recordado “fin de la historia”, postulado por Francis Fukuyama.
Si bien con un hipotético triunfo de Joe Biden el multilateralismo recobraría vigor, la propia plataforma del Partido Demócrata propone cierto nacionalismo económico bajo el plan de “fabricación nacional”, algo que habrá que observar hasta dónde se concreta, pero que habla cómo parte de la agenda de Trump se ha impuesto en la política norteamericana. No obstante, el fortalecimiento del multilateralismo no es un asunto menor. La actual crisis del multilateralismo constituye, entre otros, un problema para la batalla contra el cambio climático, ya que sin acciones coordinadas y compromisos colectivos resulta difícil encarar una problemática que es global pero para la cual hacen falta esfuerzos económicos de cada país. Sin coordinación hay menos estímulo para invertir en la conversión a la economía verde, en tanto los competidores no se someten al mismo sacrificio.
Otro de los aspectos que han quedado de relieve en todo el mundo a raíz del triunfo de Trump son las nuevas estrategias de comunicación política. En ese sentido, para entender su estilo son fundamentales dos personajes: Roger Stone y Steve Bannon, ambos fueron asesores del actual presidente, el primero durante décadas y hasta iniciada la campaña para presidente de 2016. Puede decirse que Stone es la principal influencia en el estilo polemista de hacer política de Trump. El documental de Netflix, “Get me Roger Stone”, es un buen retrato de este consultor y operador político que hace de la espectacularidad, la polémica, el juego sucio y lo políticamente incorrecto toda una estrategia política. Steve Bannon, quien fue asesor de la campaña en 2016 y asesor presidencial hasta 2017, ha sido clave en la estrategia de Redes Sociales. Bannon fue director de la empresa Cambridge Analytica, denunciada junto a Facebook por utilizar información de los usuarios para direccionar los mensajes políticos, hechos también documentados en la película “Nada es privado” de Netflix. Anteriormente director del portal Breitbart News, Bannon puso su impronta en la difusión de discursos de odio y de permanente estimulación de la polarización y división social.
La utilización de la polémica como forma de convertirse en el centro de la discusión pública ha dado mucho rédito. Por otro lado, ese estilo encaja con la construcción de la imagen de un “hombre que dice lo que piensa”. Al fin y al cabo, muchos de sus seguidores terminan valorando más esa autenticidad (que se contrapone a los políticos tradicionales) que las propias frases violentas y el discurso de odio, estén o no de acuerdo con ellas.
Este estilo de comunicación y de hacer política se ha mostrado eficaz fundamentalmente en el camino para llegar al poder y una vez en él en el mantenimiento de la proximidad con los propios seguidores. Sin embargo, puede que no resulte tan efectivo a la hora de liderar un país. Sin dudas no lo es en contextos de crisis como el de la pandemia. Si bien el desmanejo de Trump ante el coronavirus no puede adjudicarse a su estilo, sino a cuestiones de fondo, en algún punto ambas cosas se conectan, haciendo, por ejemplo, con que el no uso del barbijo se transforme en una forma de expresión política que se ha extendido entre sus seguidores por todo el país.
Estas figuras de la derecha populista en definitiva son la forma en la que se ha encauzado el descontento de amplios sectores de la sociedad, centralmente a causa de la globalización, y también con cuestiones identitarias y de valores. Cabe preguntarse, entonces, si la era postpandemia no continuará alimentando la insatisfacción y el enojo, la indignación y la búsqueda de figuras antisistema. En la Argentina, las elecciones de 2019 mostraron un sistema político bastante sólido, ordenado principalmente en torno a dos grandes coaliciones (Juntos por el Cambio y Frente de Todos). La crisis económica acentuada por la pandemia ¿puede generar las condiciones para movimientos antisistema de derecha o izquierda?
La decisión de la Unión Europea de jugar fuerte en la recuperación económica post pandemia, con la creación del fondo de 750.000 millones de euros, aprobado en julio y que fue llamado de “nuevo Plan Marshall”, puede limitar el potencial de las derechas populistas europeas. Ese fue, de hecho, uno de los objetivos indirectos manifiestos de la iniciativa. A nivel latinoamericano, es una incógnita qué podría suceder con la relación entre Brasil y Estados Unidos en caso de un triunfo de Joe Biden, sobre todo a partir de la agenda ambiental. Bolsonaro, además, siempre ha seguido los pasos de Trump en política internacional e incluso emulando muchas de las posturas del norteamericano en el plano nacional.
Una hipotética derrota de Donald Trump el próximo 3 de noviembre sin dudas significaría un cambio en el plano de la política internacional, fortaleciendo los mecanismos multilaterales. Además, mostraría los límites de un estilo y una forma de hacer política, que resulta menos efectivo para gobernar que para ganar elecciones. Los problemas y las tensiones generadas por la globalización, así como las tensiones culturales, sin embargo, son algo estructural. La recomposición de la legitimidad de la democracia liberal, de la que habla el español Manuel Castells, dependerá en gran medida de la atención que se le preste a “los perdedores de la globalización”, aquellos para los que figuras como Donald Trump se han erigido en sus representantes.
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