Pancho Sierra: “El gaucho santo, el doctor del agua fría”
Iba a consultarlo gente de todos lados en busca de una cura, por un tema determinado de salud, mal de amores o enfermedades desconocidas.
Por Marisa Massaccesi | 02-04-2020 04:45hs
“Francisco hay muchos, pero Pancho, uno solo”, dicen los seguidores de Francisco Sierra, bautizado como “el gaucho santo de Pergamino”, “el resero del infinito”, “el médico del agua”. Hijo de padres hacendados, su nacimiento fue en 1813 en la Pampa informan algunos, otros en Pergamino.
Con el correr de los años, Pancho tuvo una decepción amorosa y por ese sentimiento herido que lo marcó profundamente se aisló en una estancia de la provincia de Buenos Aires, “El Porvenir”, entre el límite de Pergamino y Rojas, donde experimentó un proceso de transformación interna, una especie de “iluminación” que aceptó como forma para mitigar el dolor de los demás, transformándose en un “médium sanador” con una fama extendida por toda la zona. Iba a consultarlo gente de todos lados en busca de una cura, por un tema determinado de salud, mal de amores o enfermedades desconocidas.
Sierra, hombre de mirada penetrante y profunda, se caracterizaba por tener una larga barba blanca que lo hacía parecer a un profeta, según cuentan muchas personas que lo han conocido, tema de conversación en muchas familias de Salto. Ataviado con un poncho de vicuña, anchas bombachas, la típica rastra con monedas de plata, chambergo y las botas de cuero como auténtico gaucho que era, proyectaba una imagen de seguridad y fortaleza.
Cuando tenía un poco de tiempo libre compartía con otros gauchos de la zona poemas gauchescos y sendas guitarreadas ya que Serra sabía tocarla.
Pancho no mandaba a sus consultantes ninguna medicina, sólo ofrecía un poco de agua fresca del aljibe de la estancia y unas palabras reconfortantes, la gente salía tranquila de su casa, su voz tenía un tono sereno pero convincente, todos volvían a sus casas con el corazón aliviado.
Con El Agrario estuvimos en Salto, en su tumba. Sus seguidores nos contaron que la obra del gaucho sanador era inmensa y que en su campo vivían familias humildes que gracias a su generosidad tenían casa y comida.
Muchos milagros se le atribuyen, puesto que lo consultaban personas de distinta posición social que regresaban a sus hogares “totalmente curados”. Nunca tuvo problemas con las autoridades.
Don Carlos, oriundo de Salto, nos contó que a la tumba de Pancho viene gente de todo el país buscando la sanación que tanto necesitan. Rezan en su mausoleo y le dejan ofrendas florales. Nos invita a ver la pared donde hay pegadas distintas placas con agradecimientos varios y por supuesto, cruzamos la calle y nos fuimos a tomar “el agua bendecida, el agua que limpia y cura”. La romería de gente que hay en el lugar carga infinidades de botellas que llevan en sus bolsos para propagar el milagro en sus destinos.
Según la Confederación Espiritista Argentina, existe una anécdota muy conocida sobre una de sus curas. Hubo un hombre que llegó a la estancia en carreta con sus piernas paralizadas y que iba a pedirle sanación a Pancho, el milagro de volver a caminar como antes, sin dolores que lo inmovilizaran. Pancho, sentado en la puerta de su casa, tomando mates, lo vio llegar y le gritó: “¡Bájese amigo!”. Todos lo miraron asombrados, ya que sabían que el hombre era paralítico. Pancho volvió a gritar: “A qué lo han traído? ¡A qué lo cure? Entonces, ¡obedezca!”
Asustado el hombre, no pestañeaba. Sierra lo alentó con palabras cariñosas, pero seguras, y volvió a decirle que debía ir caminando hacia él. En un gran esfuerzo, logró ponerse de pie, como pudo, dio unos pasos. “¿Vieron? ¡Ya está curado en el nombre de Dios!”
En la actualidad siguen acudiendo aquellos que tienen la esperanza perdida, los desventurados, los que no encuentran la cura para sus problemas de salud después de haber recurrido a la medicina.
El sanador gaucho tuvo la misión de despertar conciencias hacia la realidad espiritual. Curaba cuerpos y almas, enseñando la importancia de la fe y del conocimiento de la vida espiritual. Murió en 1891