Producir y conservar
Por Gerardo Gallo Candolo | 04-07-2021 05:38hs
En agosto de 1996 un grupo de ingenieros agrónomos hicimos una recorrida técnica por la principal zona productora del medio Oeste estadounidense. Además de establecimientos agropecuarios, recorrimos varios centros de investigación. En la Universidad de Iowa, la reconocida Iowa State University, asistimos a una charla del Dr. James Baker, investigador en biosistemas agropecuarios quien nos afirmó que la resistencia al glifosato, aprobada ese mismo año en Argentina casi en simultáneo con su país, era “una tecnología que nos duraría seis años porque las malezas adquieren en ese tiempo resistencia”. Orgullosos que en Argentina se había aprobado la tecnología RR (Resistencia al Glifosato) en soja no salíamos del asombro por la contundencia de esa afirmación.
El tiempo le dio la razón al Dr. Baker; en unos años empezamos a ver resistencia al sorgo de Alepo en el Norte del país, después Capín, Pata de gallo, Rama Negra, Yuyo Colorado y siguió la lista de otras malezas que se empezaban a escapar de los herbicidas.
Desde entonces ocurrieron muchos cambios en nuestros sistemas de producción; el principal fue la adopción de la siembra directa que fue desplazando a la labranza convencional, mejorando el cuidado del suelo, el manejo del agua y la mayor reposición, aunque todavía insuficiente, de nutrientes al suelo. Pero con el avance de estos cambios en Argentina (que se fueron dando en forma más vertiginosa que otras adopciones como la del híbrido cuarenta años atrás), también hubo cambios en la mirada de la sociedad hacia la agricultura apuntando especialmente al uso de agroquímicos. Las malezas que adquirían resistencia parecían obligar a los productores a usar y alternar cada vez más herbicidas y la sociedad culpándolos por ello.
En las últimas décadas el volumen de la producción granaria argentina se triplicó y el uso de agroquímicos no alcanzó a duplicarse; pero esta realidad no alcanzaba para aquellas voces que exigían una producción más ecológica.
El uso de cultivos de cobertura y rotaciones adecuadas de siete cultivos se traducen en menor uso de fertilizantes y agroquímicos de síntesis.
En búsqueda de soluciones
Después de diez años de experiencias con diferentes sistemas de producción evaluados en “Unidades Agroecológicas”, la regional Pergamino-Colón de Aapresid (Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa), demuestran que hay sistemas que además de producir mejor tienen un menor impacto ambiental. En efecto, los indicadores biológicos explican mejoras en la tierra: entre otros parámetros se observa mayor fijación de carbono, mejoras en fertilidad química y física del suelo, mayor actividad biológica en esos sistemas. El uso de cultivos de cobertura y rotaciones adecuadas de siete cultivos se traducen en menor uso de fertilizantes y agroquímicos de síntesis.
Varios sistemas evaluados parecen brindar mejor respuesta al control de malezas difíciles, esas que van adquiriendo resistencia o tolerancia a ciertos herbicidas, con rotaciones adecuadas que incluyen vicia y otros cultivos de cobertura que, además de absorber carbono (menos gases efectos invernadero), fijan nitrógeno y reducen el uso de agroquímicos. Esta es una agricultura artesanal, es decir que el agricultor debe estar con mucho más detalle y dedicando más tiempo a cada rincón de sus lotes para las decisiones de manejo.
Estos sistemas parecen responder con datos científicos y una agricultura certificada a la creciente exigencia social en el cuidado del medio ambiente; y hacia adentro de la empresa con una mejora productiva y del suelo. Para certificar esta agricultura es condición necesaria cumplir protocolos anotando con detalles todo el proceso productivo. En adelante solo sería necesario comunicarlo a la sociedad con un mensaje sencillo y claro: es posible producir más cuidando el medio ambiente.
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