NUEVOS APORTES, NUEVAS MIRADAS

Vivir en la Ruralidad, según JUAN MANUEL VILLULLA

Este es el aporte de Juan Manuel Villulla (40). Sociólogo y Doctor en Historia. Investigador del CONICET. Profesor Titular de Sociología Rural en la Universidad de La Plata (UNLP)y de Historia Económica Argentina en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Especializado en la historia y la situación de los trabajadores rurales. Aquí su testimonio:

Por Jorge Pirotta | 12-03-2023 09:25hs

Un 25 de diciembre por la mañana, cerca de Ayacucho, levanté un paisanito que estaba haciendo dedo a la vera de la ruta. Seguramente habría pasado la noche de fiesta en Navidad en el pueblo y estaría volviendo para su rancho, pensé, y efectivamente, así era. Hacía mucho calor ese día. En el camino le pregunté por qué seguía viviendo en el campo y no se iba al pueblo, donde tal vez estuvieran todos sus amigos, o algún amor. Y me contestó, con mucha seguridad: “Porque el pueblo es aburrido, no hay nada que hacer”. Me quedé pensando.

Unos años antes, en Estados Unidos, en el estado de Iowa, el corazón agrícola del país del Norte, estaba entrevistando a trabajadores rurales para una investigación que me tocó hacer. En ese camino, había quedado en entrevistar a un trabajador que me citó en una granja, como tienen ellos.

Llegué por un camino asfaltado, con números, ya que el trabajador me pasó una dirección como si fuera una ciudad, tal calle en tal número. Así fue como lo encontré, pero antes, en una granja de al lado, me llamó la atención que en la entrada había una lata postal, como la que había visto toda mi vida en los dibujitos animados, con una banderita, que estaba llena de revistas y periódicos, y me puse a sacarle fotos. Llegó el dueño de la granja, lo saludé, le dije lo que estaba haciendo para que no se sintiera invadido y le entré a preguntar: quién era, a qué se dedicaba en la granja. Me dijo que era ingeniero, profesional universitario, pero que le gustaba vivir en el campo y que con los caminos de asfalto estaba a media hora de la Universidad donde trabajaba todos los días. Por ese mismo camino también le llevaban todos los días las revistas y los diarios, como en cualquier casa urbana. Desde ya tenía Internet y tenía todos los servicios de una casa de la ciudad, pero en medio de la naturaleza, que es lo que le gustaba. De vuelta, me quedé pensando.

Unos años después, me tocó ir a dar una serie de charlas al vecino país de Brasil y ahí unos colegas me sacaron a pasear por el campo de ellos, que es muy distinto del nuestro. Como parte del recorrido, me llevaron a un asentamiento del MST, el movimiento de los trabajadores rurales sin tierra, y pude conversar con los campesinos que se habían ido a afincar ahí. Me contaron su historia personal y la historia de su movimiento. Eran parte de la población pobre de las ciudades, sin perspectivas. Cansados del hacinamiento, cansados de esa condición de pobreza, quisieron ir a buscar una nueva vida al campo, trabajando de manera productiva y en contacto con la naturaleza. Me contaron todas las peripecias que tuvieron que pasar, la organización que armaron para eso y como ahora, aún con todos sus problemas, estaban orgullosos de lo que habían logrado: establecer sus asentamientos, sus producciones, sus ventas y ya estaban plenamente en funcionamiento. De alguna manera, habían cumplido su sueño. De vuelta, me quedé pensando.

Los tres casos me hicieron pensar, entre otras cosas, que hay mucha gente que quizá quiere vivir en el campo, experimentar la ruralidad, pero evidentemente hay fuerzas más poderosas que las atraen a la ciudad. Esto no sucede solo en la Argentina, en la historia de la humanidad el capitalismo marca un proceso muy fuerte de urbanización de nuestra especie, diría. Es un cambio antropológico muy importante. Las decisiones políticas de nuestras principales producciones, la vida económica, la vida cultural en nuestra sociedad pasa por la ciudad, los medios que se consumen incluso en la ruralidad, los medios con los que se trabaja en la ruralidad son pensados y fabricados en muchos casos en la ciudad, y eso ejerce una atracción muy, muy fuerte. Pero tan fuerte, que nos vamos amontonando y estamos llegando a un extremo donde esto empieza a ser problemático objetivamente.

hay mucha gente que quizá quiere vivir en el campo, experimentar la ruralidad, pero evidentemente hay fuerzas más poderosas que las atraen a la ciudad

Más allá de si hay gente o no, con ganas de irse a vivir al campo, aunque evidentemente la hay, el tema es ¿por qué no podemos relanzar un poco la distribución de la población en el territorio? De una manera más equilibrada y al mismo tiempo satisfacer los deseos de mucha gente de ir a vivir al campo.

Pese a todas las ventajas que otorga una gran ciudad, vivir en el hacinamiento es tal vez la peor manera de vivir. Si bien esto es un proceso mundial, hay países que han tenido otras maneras de transitar este problema de manera más equilibrada o cuyos Estados han tomado medidas para compensarlo.

Por ejemplo, Estados Unidos arrancó su desarrollo repartiendo masivamente tierras y hace años que tiene distintas clases de subsidios a los granjeros; Brasil, con el tema de los repartos al MST (no cambió la estructura pero al menos es un buen antecedente); y otro ejemplo es Francia, que también subsidia y protege a sus granjeros porque la cuestión campesina allá es muy cara a su identidad nacional, a su revolución de 1789 y su integridad territorial, (recordemos que los alemanes llegaron caminando a París en 1940); también Alemania le da mucha importancia al arraigo de las poblaciones rurales, por lo cual desarrolló un sistema de plantas de bioenergía en más de 10.000 pequeños pueblos dotados por ese medio de autosuficiencia eléctrica.

Cualquier estado importante, y cualquier sociedad medianamente consciente de esto, sabe que la ruralidad es muy importante. Sé que es un tema del que no queremos hablar más porque ya tuvimos suficiente, pero la pandemia mostró que la concentración urbana hipertrofiada que tenemos es una bomba de tiempo sanitaria.

Además, existen países con el 70% de su población concentrada en dos o tres grandes ciudades, lo cual los coloca en situación de ser un blanco militar muy vulnerable. Porque una sociedad que no ocupa su propio territorio, el que le marcan sus fronteras, puede llegar perder de vista la importancia de mantener su integridad territorial, dejando de lado un potencial clave por el que han ido a la guerra tantas veces tantos países.

la pandemia mostró que la concentración urbana hipertrofiada que tenemos es una bomba de tiempo sanitaria

Por otra parte, más allá de estas cuestiones estratégicas, la ruralidad ayuda a descentralizar justamente la actividad económica, a distribuir en el territorio los frutos del trabajo nacional, de toda la sociedad, a darle una escala humana a la vida cotidiana y a tener un contacto mucho más armónico con nuestra base natural.

Pero, claro, en nuestro país la vida rural fue siempre a contramano de los intereses de las clases poderosas que terminaron por fundar el País, y que no casualmente eran en gran medida los dueños de la tierra. Lo único que les interesaba, desde sus mansiones en la ciudad o en sus paseos por Europa, era que los peones, los braceros, los campesinos conchabados o los chacareros arrendatarios que tenían les rindieran. Pagando lo menos posible por su laburo, sin invertir en viviendas ni caminos y hasta prohibiéndoles a ellos mismos construir sus casas, como en el caso de los chacareros.

El peronismo en esto marca una etapa nueva, una etapa que a partir de su intervención en el mercado de tierras, en el mercado de trabajo y en el mercado exterior, permitió redistribuir de otra manera los recursos en el mundo agrario y abrir todo un período en el que muchos de esos viejos chacareros arrendatarios accedieron a su tierra, en el que muchos de los trabajadores que antes estaban en condiciones paupérrimas también tuvieran acceso a otros salarios, a otras viviendas.

Fue un período que incluso trascendió el propio gobierno peronista, luego del golpe del 55, por lo hondo que había calado entre las masas rurales, independientemente de sus inclinaciones políticas. Eso se terminó de cerrar entre el 68 con la ley Raggio y el 76 con el último golpe cívico militar. De ahí en más, poco se ha hecho en ese sentido, con una trascendencia similar.

Es importante lo que se está haciendo en la provincia de Buenos Aires en relación a los caminos rurales, porque eso ayuda a que las clases populares, quienes viven en el campo bonaerense y en el agro argentino en general, puedan tener accesos rápidos a las ciudades, a atenderse ante un problema médico, a tener mejores accesos a la educación.

Es importante lo que se está haciendo en la provincia de Buenos Aires en relación a los caminos rurales, porque eso ayuda a que las clases populares

Cito ese ejemplo por lo positivo, pero no deja de ser un paliativo, importante, pero insuficiente para cambiar la manera de esta ruralidad tan desfavorable que tenemos en la Argentina. Hacen falta medidas más de fondo que para mí tienen que ver con distribuir la riqueza, con distribuir el capital y distribuir la tierra al interior del mundo agrario.

Si un trabajador gana poco y vive en una casa en malas condiciones, feas, sin Internet, sin comunicación, él o sus hijos se van a querer ir del campo. Si un productor pequeño o mediano no tiene precio para su producción, no tiene crédito o tiene que pagar arrendamientos muy altos, lo mismo él o sus hijos se van a querer ir del campo, van a querer ir a las ciudades; y si no hay tierras para generar nuevas experiencias productivas y recibir en buenas condiciones a quienes tienen ganas de vivir y trabajar en el campo, tampoco vamos a transformar verdaderamente el paisaje de la ruralidad, tan escuálida, tan precaria, tan a contramano que tiene nuestro país a pesar de su base productiva agropecuaria.

Además, hoy en día, si la propia población del interior que vive en pueblos y ciudades intermedias, que quizá trabajan en el campo, pero vive en espacios más urbanizados, si no cuenta con dinero para mover esas economías del interior de nuestro país, va a pasar lo mismo, no solo del campo, sino desde pueblos y ciudades intermedias, la tendencia se va a consolidar hacia conglomerados urbanos más grandes.

Por eso para mí está muy unida la cuestión de la densidad del tejido social y económico del interior a factores económicos más que a políticas focalizadas.

Creo que para que paisanitos como aquel que levanté en la ruta en esa Navidad cerca de Ayacucho, para que profesionales como los que conocí en Estados Unidos, que quieren vivir, que querrían vivir en la ruralidad o población urbana que querría des hacinarse y probar suerte en una experiencia productiva, como lo que vi en Brasil; para que esa clase de gente que hay en la Argentina pueda concretar sus sueños en la ruralidad y para que vivamos en una sociedad más equilibrada consigo misma y con la naturaleza, es fundamental repensar la ruralidad y apostar a un nuevo tipo de ruralidad, una ruralidad que sea digna de ser vivida, que nos dé ganas de vivir allí y que nos comprometa, que sea parte de un proyecto de país distinto, más justo y más equilibrado

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