Lula, Bolsonaro y un Brasil dividido que irá a segunda vuelta
Entre ambos reunieron el 91% de los votos. Los motivos de un Brasil profundamente dividido y el escenario hacia el futuro.
Por Ignacio Lautaro Pirotta | 03-10-2022 01:53hs
Lula da Silva quedó a cerca de 3,7 millones de votos, sobre un total de 123 millones, de lograr lo que no logró en sus dos victorias presidenciales de 2002 y 2006: ganar en primera vuelta. En Brasil, para ser electo a un cargo del Ejecutivo, sea a nivel nacional, provincial o municipal, los candidatos deben obtener la mayoría absoluta de los votos válidos, es decir más del 50%, excluyendo los nulos y en blanco. Otra forma de decir lo mismo es que deben conseguir más votos que la suma de todos los adversarios juntos.
Lula hizo una elección excepcional, con más de 57,2 millones de votos (48,41%), quedando a muy poco de los 58,2 millones que obtuvo en la segunda vuelta de 2006 y que son el récord de votos para un candidato en elecciones presidenciales. Con semejante caudal (aunque este se explica en gran medida por el crecimiento del padrón), Lula no ganó en primera vuelta porque Jair Bolsonaro también realizó una elección enorme. Bolsonaro obtuvo más de 51 millones de votos, el 43,22%, y sacó incluso más votos que en la primera vuelta de 2018. Entre los dos, obtuvieron más del 91%. Un Brasil rotundamente dividido entre Lula y Bolsonaro.
Es innegable que ambos políticos tienen un nivel de representatividad enorme. Históricamente, el Partido de los Trabajadores (PT) fue en Brasil, y todavía lo es, un rara avis. Un partido con inserción en el tejido social, con vinculación con los movimientos sociales y con un vínculo de representación con una parte significativa de la sociedad. En el PT, por supuesto, se destacó siempre la figura de Lula da Silva. La aparición de Jair Bolsonaro a nivel nacional en Brasil cambió ese panorama en el que el PT era el único que generaba una identificación partidaria masiva. No se trata de un partido, pero sí de un líder, Bolsonaro, que tiene una masa de seguidores, que genera identificación y que tiene representatividad. El primer motivo que explica este Brasil dividido es la alta representatividad que tienen tanto Lula da Silva como Jair Bolsonaro.
Pero además, la división se da por la negativa. La lucha de los antis. Si durante la década pasada muchas investigaciones de la Ciencia Política, por ejemplo, versaban sobre el petismo (por PT) y el antipetismo, la emergencia del bolsonarismo en 2018 también engendró su contracara, el antibolsonarismo. Este domingo Brasil vivió una segunda vuelta anticipada, en donde, como sucede en las segundas vueltas, resulta decisivo el voto contra.
Esa segunda vuelta anticipada tiene que ver con la gran negatividad de ambos candidatos, negatividad que se puede medir en extensión y en intensidad, pero también tiene que ver con la ausencia de terceras opciones viables. El gran espacio ocupado tanto por Lula como por Bolsonaro dejó poco margen para el crecimiento de otras candidaturas. Simone Tebet, candidata del histórico MDB (de Michel Temer, entre otros) en los papeles ocupa la centro derecha, o el centro, dependiendo. Pero en realidad se trata de una (ex) candidata que conjuga el liberalismo económico, con la defensa de un agronegocio sustentable, algo de agenda social y una defensa permanente del feminismo. Tebet estuvo siempre lejos de representar a una derecha conservadora, es decir, estuvo lejos de disputar votantes de Jair Bolsonaro. Las dificultades que tuvo para presentarse como feminista y al mismo tiempo sentar posición contra la legalización del aborto fue toda una muestra del lugar ideologicamente incómodo que ocupó.
Ciro Gomes, del Partido Democrático Laborista, partido que tiene entre sus referencias ideológicas a Getúlio Vargas, ocupa la centro izquierda, aunque su discurso se haya corrido más a la derecha en el último tiempo. Es posible que en la campaña Ciro haya intentado atraer el voto de aquellos antipetistas que terminaron votando a Bolsonaro, aunque no tan convencidos. En el camino, Ciro Gomes terminó completamente desdibujado y con un 3% de votos, lejos del 12% que lo dejó en tercer lugar en 2018.
Las encuestas, nuevamente cuestionadas, mostraban a Lula cerca de ganar en primera vuelta, algo que se constató. En donde se equivocaron, al menos en parte, fue en la estimación de Bolsonaro. Ahí parece haber habido un error de las encuestas, pero también un error en la forma en la que se pueden interpretar las mismas. Se trata de fotos del momento, y las últimas fotos antes de la elección mostraban que cerca de la mitad de los votantes de Ciro Gomes y Simone Tebet podían cambiar su voto. Eso sucedió, en mayor medida en el caso de Ciro, y sucedió en beneficio de Bolsonaro. El motivo puede haber sido que, como mostraban las encuestas, Lula estaba cerca de ganar en primera vuelta, y eso puede haber empujando a muchos a votar a quien tenía más posibilidades de derrotarlo: Bolsonaro.
El Brasil dividido entre Bolsonaro y Lula es un Brasil dividido en múltiples pedazos. Existe un choque cultural, similar al que se observa en Estados Unidos de manera todavía más marcada, entre electores conservadores de las regiones del interior rural y las grandes ciudades. Se constata en el triunfo del PT en la ciudad de San Pablo y la región metropolitana, y el triunfo de Bolsonaro en todo el interior del estado. Sin embargo, el choque cultural no tiene un perfil geográfico tan marcado como en Estados Unidos, donde los estados costeros son demócratas, y “el Estados Unidos profundo” republicano.
Pero más importante que ese choque cultural, en donde se cruzan las agendas identitarias versus el conservadurismo, es el choque de clases. Desde el primer gobierno de Lula que el PT tiene su mayor fuerza electoral entre los más pobres. La fuerza del PT va decreciendo a medida que se sube en la escala de ingresos. Lo contrario sucede con el bolsonarismo. Así, visto en los gráficos de intención de voto por renta, al superponer al bolsonarismo con el lulismo se obtiene casi una “X”, donde Bolsonaro tiene pocos votos entre los más pobres y muchos entre los más ricos, y Lula lo inverso.
Este último aspecto, el social, es el que le da a Lula mucha fuerza en la región del Nordeste, dada la gran concentración de pobreza en la zona. No es el único aspecto que hace a la fuerza del PT en el Nordeste, que mejoró significativamente en sus gobiernos, pero seguramente sea el principal.
La gran cuestión que deja en evidencia el resultado de este domingo es que Lula puede llegar a ganar la segunda vuelta, y es lo más probable, pero la izquierda progresista que defiende una agenda identitaria parece ya haber perdido. El resultado para la Cámara de Diputados, donde el Partido Liberal (PL) de Jair Bolsonaro se hizo de la mayor bancada con 101 diputados, así com el resultado para el Senado, donde el PL desbancó al histórico MDB como el principal bloque desde el regreso de la democracia, dan cuenta de un Congreso marcadamente conservador. Aún cuando el grueso de los políticos, incluso del PL, el partido de Bolsonaro, sean más partidarios de las lógicas de negociación y aproximación al gobierno que a planteos intransigentes y radicales como los que propone Bolsonaro, el avance de una agenda progresista será extremadamente complicado con este Congreso.
Diferente puede ser la suerte de una agenda redistributiva. El Congreso brasileño suele ser reactivo al tipo de propuestas encaminadas por el Ejecutivo. Proyectos que gocen de respaldo popular, son más fáciles de negociar para el gobierno, porque los legisladores no quieren pagar el costo de oponerse a los mismos. En cambio proyectos que susciten resistencia en la sociedad suelen ser más difíciles de negociar con el Congreso.
Es demasiado poco lo que debe mejorar Lula para ganar en la segunda vuelta del 30 de octubre. Del otro lado, juega a favor la progresiva mejora de los indicadores económicos y sociales en los últimos meses, en parte de la mano del paquete de bondades dispuesto por el gobierno. Muchas de esas medidas, como la ampliación de la ayuda social, que incrementó su valor en un 50% por medio del Auxilio Brasil, tienen un efecto acumulativo tanto en la economía como en el ánimo de las personas. En ese sentido, Bolsonaro podría llegar mejor a la segunda vuelta.
El gigante sudamericano y una de las democracias más grandes del mundo, en términos de población, va a definir quién gobernará por los próximos cuatro años el 30 de octubre próximo