El sueño de hacer dinero sin trabajadores
Vendidas como la posibilidad de ser tu propio jefe, las aplicaciones en realidad son una forma de precarización laboral. Perjuicios para trabajadores, el Estado y, a la larga, también para los consumidores.
Por Redacción El Agrario | 03-07-2022 12:14hs
“Manejá tu propio tiempo y sé tu propio jefe”, decía un aviso publicitario de la aplicación Rappi de hace tan solo 5 años. “Sé parte de la empresa que transformará Latinoamérica”. Desde un comienzo, las aplicaciones de este tipo, desde Uber a Rappi, se han presentado a sí mismas como la posibilidad de cumplir el sueño de ser un “emprendedor” que maneja su propio tiempo y gana dinero sin tener un patrón.
Pero bastó apenas un poco de tiempo para que quedara en claro que las aplicaciones no son ese sueño para los trabajadores. Las largas jornadas laborales para poder llevar un ingreso al hogar, el riesgo exclusivo a cuenta del trabajador de poner su propio medio de movilidad -sea bicicleta, moto o auto- en la calle sin ninguna cobertura de parte de la empresa, la ausencia de condiciones de trabajo de cualquier tipo, y la ausencia de cualquier derecho laboral son las consecuencias de la precarización que implican las plataformas.
En suma, la figura de “colaborador” que mantienen estas empresas no es más que una forma de ahorrarse millones al negar la relación laboral y mantener en la precariedad absoluta a los trabajadores. “Sé tu propio jefe”, no pasa de una estrategia de marketing.
No se puede negar que, para los trabajadores, las aplicaciones representan la posibilidad de tener ingresos de manera rápida y fácil, sea como ocupación principal o para hacer un extra. Dado los bajos o nulos requisitos para ingresar y los fáciles procesos de selección (dependiendo el tipo de aplicación) para trabajadores desocupados o trabajadores ocupados que no llegan a fin de mes se trata de una solución inmediata a necesidades que no pueden esperar.
La figura de “colaborador” que mantienen estas empresas no es más que una forma de ahorrarse millones al negar la relación laboral y mantener en la precariedad absoluta a los trabajadores.
Desde el lado de los consumidores, las aplicaciones también tienen algunas utilidades y beneficios, al menos en principio. En el caso de la entrega de comida, las aplicaciones directamente han desplazado a los entregadores que solían depender directamente de los establecimientos. Además, el crecimiento del comercio virtual naturalmente impulsa a los servicios de entregas, y el servicio prestado por las aplicaciones que ofrecen una innumerable cantidad de establecimientos de comida en un mismo lugar y a alcance del celular resulta muy atractivo para los consumidores.
En el caso de las aplicaciones de transporte público, y dejando de lado la cuestión del costo, para algunos usuarios también hay ventajas en el servicio ofrecido comparado con taxis y remises. Sin embargo, esas ventajas, como la facilidad de solicitar el servicio mediante celular, la alta oferta de unidades o la supuesta mayor comodidad de los autos, no son universales y dependen mucho del contexto y el lugar. Para otros usuarios también representa una “experiencia más cool” que el tradicional servicio de taxis, por ejemplo.
Lo que siempre está es la ventaja del menor precio, lo cual únicamente es posible por la falta de regulación a las aplicaciones de transporte. Es ahí donde está la gran ventaja de las aplicaciones respecto a los taxis.
En suma, por un lado, las aplicaciones tienen una alta oferta de mano de obra gracias a la desocupación y los bajos ingresos en general y ofrecen una fácil incorporación para esa mano de obra. Así, se garantizan tener “trabajadores” a ningún costo, disfrazados de “colaboradores”. Del lado de los consumidores, la demanda por los servicios de las aplicaciones descansa fundamentalmente en los precios más bajos, gracias a la falta de regulación y la precarización laboral, es decir, la gran ventaja la obtienen mediante la competencia desleal.
Las aplicaciones se garantizan de esta forma toda la demanda que necesitan para funcionar, tanto de parte de los trabajadores como de los consumidores.
Pero si para los trabajadores las aplicaciones ofrecen una solución rápida ante una situación apremiante, a la larga, y visto en conjunto, son un problema. De cierta forma es la legalización (en los casos que estén legalizadas) o institucionalización de la precarización laboral y el trabajo no registrado, desplazando a las fuentes de trabajo que sí generan trabajo registrado y de mejor calidad y bajando los salarios de forma generalizada. Pan para hoy, hambre para mañana.
Pero las aplicaciones no sólo perjudican a los trabajadores. Del lado del consumidor no hay garantías para la prestación adecuada del servicio, y este en definitiva siempre está sujeto al capricho de las aplicaciones. Los reclamos en ese sentido, desde cancelación de viajes, cambios en las rutas sin aviso, malas condiciones de los autos, entre otros, crecen en las redes sociales al mismo tiempo que las aplicaciones desplazan al servicio de taxis y remises. Los reclamos, a su vez, tienen lugar masivamente en las redes precisamente porque no hay canales apropiados en el Estado o de defensa al consumidor.
En cuanto a la principal ventaja competitiva (y desleal) que tienen las aplicaciones, que es su menor precio, este tampoco está garantizado y escapa del control estatal. De hecho, por la forma en que operan las aplicaciones de transporte, en ocasiones sigue siendo más económico el servicio de taxis y remises.
Además, a la larga las aplicaciones desplazan a su competencia, quedando libres para fijar los precios y sin control estatal para un servicio público como es el transporte, es decir, generando las condiciones para la completa arbitrariedad del capital frente a los consumidores.
Las aplicaciones y su surgimiento tienen lugar en un país y un mundo atravesado por nuevas realidades del trabajo y discursos que promueven determinados valores. La realidad de un mundo del trabajo cada vez más inestable y precario como consecuencia de los cambios en el mundo productivo y las transformaciones tecnológicas. Esta realidad es particularmente palpable en países de nuestra región, siempre con niveles de trabajo no registrado altos, pero se trata de un fenómeno del capitalismo global.
En simultáneo, se esparce un fuerte discurso según el cual el Estado y los sindicatos son un estorbo para el funcionamiento de la economía y la prestación de servicios de calidad. Según ese discurso, a menor regulación y menor organización de los trabajadores, la economía funcionaría mejor.
Lejos de ser el sueño de ser tu propio jefe, las aplicaciones son el gran sueño del capital de obtener sus beneficios sin el costo de tener trabajadores.
Es evidente que ese discurso es estimulado por el gran capital y que tiene exponentes mediáticos y políticos dispuestos a defender hasta el comercio de órganos y la venta de niños, todo con la menor intervención del Estado, por supuesto.
En la Ciudad de Buenos Aires el caso de las aplicaciones de transporte es bastante ejemplar de lo que a la larga sucede, siempre y cuando el Estado lo permita. Las aplicaciones están desplazando al servicio de taxis, reduciendo la cantidad de taxistas en la calle y ocasionando dificultades para hacerse de ese servicio. Todo esto a pesar de que formalmente están prohibidas en la Ciudad.
Por eso, desde la Federación Nacional de Conductores de Taxis piden que el presidente de la Nación “saque un decreto prohibiendo las aplicaciones hasta tanto se aclare su funcionamiento”, al tiempo que anunciaron una medida de fuerza para el próximo 21 de julio. Para su secretario general, José Ibarra, se viene produciendo una uberización de los trabajadores argentinos. “Uberización significa precarización laboral y evasión fiscal”, sostiene Ibarra. Según el dirigente de los taxistas, recientemente desde la AFIP les informaron que “en el período 2015-2016 Uber llevaba una evasión de 800 millones de pesos”.
Esto quiere decir que las aplicaciones quedan fuera de la órbita de control del Estado, lo desfinancian mediante la evasión y reducen sus capacidades a largo plazo. Además, perjudican a los trabajadores y también a los consumidores, a pesar de una aparente ventaja en un primer momento. Es decir, todos pierden, menos el capital.
Para este, es el sueño de la no regulación estatal, de la precarización laboral sin fiscalización posible y de la evasión impositiva. Todo esto corriendo el menor riesgo posible para sus inversiones, sin flota propia de autos ni plantilla de trabajadores. Lejos de ser el sueño de ser tu propio jefe, las aplicaciones son el gran sueño del capital de obtener sus beneficios sin el costo de tener trabajadores